lunes, 4 de marzo de 2019

Pensamientos antes de dormir


A veces, cuando las luces ya se han apagado y antes de que llegue el sueño, en ese instante en que solo hay silencio y oscuridad, hay un pensamiento que se filtra por la puerta y se hace presente en mi cabeza y en mi corazón y consiste en saber si pude haber hecho algo más por la gente que quise y ya no está.

Es un pensamiento inútil. Los muertos no vuelven más que a través de recuerdos y en ciertos actos cotidianos de los que apenas somos conscientes como ese pequeño gesto que hacemos sin darnos cuenta, esa canción heredada, esa comida que nos retrocede años atrás, ese lugar que ya no existe. Lo que hicimos o dejamos de hacer mientras ellos vivían ya es irrelevante, el tiempo no se detiene y máquinas para viajar en el tiempo solo existen en películas ochenteras y en la mente de novelistas febriles.

 Y sin embargo, a pesar de ello, siempre vuelve. Pienso en mis padres. En si fui un buen hijo o si pude hacer algo más por ellos, si muchas veces no me quede con lo más cómodo, si quizá debí aprovechar más el tiempo con ellos, disfrutar más de las historias de mi papá y no poner los ojos en blanco cuando me contaba la misma historia por cincuentava vez o tener mejor disposición hacia los regaños de mi mamá. Ahora que ya no están extraño las historias de mi viejo y me hacen falta las observaciones siempre acertadas de mi mamá –sin duda sería mucho mejor persona si las siguiera-.

En ocasiones pienso en si debí irme a Bogotá y dejarlos solos. Siempre que me devolvía a la capital llegaba con el corazón un poco roto después de verlos un poco más viejos y, en ocasiones, enfermos. Pienso –de manera un poco injustificada- en si pude hacer algo para salvarlos, si pude darle plata a mi papá para ayudarlo en la parte económica o pude haber hecho algo, así fuera lo más mínimo para ayudar a mi mamá en su batalla contra el cáncer, si pudimos derrotar la enfermedad de mierda.

Pienso en mi mejor amigo, en mi Nana, en mis abuelos, en mi perro. En si fui lo suficiente para ellos. En si pude demostrar cuánto los quería. Pienso en los que están ahora. A veces en mi hermana, en cuando ha estado triste o me ha necesitado, si he estado lo suficiente para ella y si puedo hacer algo más para ayudarla a que sea feliz. A veces no hay cosa más dura que saberse pequeño e impotente enredado en  las enredadas telarañas de la realidad.

Pero a la vez me queda el consuelo que los quise. A todos y cada uno de ellos con el corazón y con el alma. Y a pesar de las peleas, los malos entendidos, de no haber compartido el tiempo que hubiera querido y que sin duda merecían o de no tener la plata para consentirlos, los quise de verdad y trate de demostrarlo siempre que pude, y a veces estar allí es lo único que la otra persona necesita de nosotros. La compañía, las palabras dichas y no dichas, es lo único que tenemos y  a veces, tan solo eso, basta.




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