viernes, 4 de noviembre de 2011

Reivindicación de la tristeza


Todos vestimos disfraces. No importa cuánto lo neguemos, refutemos o pretendamos que nos importa, nos ponemos ropajes que nos permitan encajar en el mundo.  Queremos ser parte del mismo pero evitamos pertenecerle por completo; pretendemos ser aceptados pero por temor al rechazo ocultamos nuestra desnudez, nuestra verdadera esencia y la escondemos en los lujosos antifaces, en los temas obvios de conversación que creemos nos realizan como persona.

La tristeza es inherente al ser humano pero intentamos desaparecerla. Somos tristes porque estamos conscientes de lo efímeros que somos; la racionalidad que nos ha permitido construir las civilizaciones también es una maldición porque, en cierto sentido, nos abre los ojos ante la inminencia de la muerte y la soledad que siempre va a estar presente en nosotros. Nacemos solos y así también moriremos, sin importar cuánta gente haya nuestro alrededor.

Pero la modernidad no conoce de tristezas, de tomarse un pequeño descanso para ser consciente de lo que somos, de lo que seremos. Estos tiempos son agitados en todos los sentidos: En la comida, en las ropas, en los sentimientos. Las redes sociales existen para recordar cuan felices somos, las fotos de Facebook sólo reflejan momentos –reales o fingidos- de eterna felicidad; por medio del Twitter expresamos nuestros pensamientos más optimistas o cínicos. Sin embargo me ocurre que en ciertos momentos me aterra tanta felicidad impuesta, siento que en esos rostros en fiestas, en paisajes hermosos o reuniones familiares, una máscara de yeso con una sonrisa obligada, con unos ojos marchitos y mentirosos y pienso que las distopias señaladas por Orwell y Huxley son realidades absolutas sin que seamos siquiera capaces de notarlas. No ha sido necesario que un tirano vigilante haya instalado un ‘Momento de odio’ o que el uso de las drogas sea obligatoria para ser felices, porque nos hemos engañado tanto que vivimos bajo el influjo de una civilización que exige la felicidad para hacer parte de ella.

Antes de salir de casa, desde el mismo momento que nos levantamos de la cama nos disfrazamos, tomamos nuestra careta de turno y nos disponemos a enfrentarnos al mundo. Recién llegamos a determinado sitio nos asignamos –si tenemos suerte-, o nos asignan un nuevo rol: Quizá el del tipo buena gente que puede pasar por idiota, el del mujeriego, la mujer maternal o la comehombres, el mujeriego, el bromista, y el resto de nuestra existencia intentamos mantener ese estereotipo que nos da reconocimiento, que nos vuelve reales, visibles ante los ojos de los demás.

Después de un tiempo nuestra máscara está tan adherida a nosotros mismos que es casi imposible despojarse de ella.  Las personas que me conocen dirán que soy un despistado que a veces hago chistes malos y obvios; esa es mi máscara, mi disfraz para asumir la fiesta de la alegría perpetua. Supongo que tanto tiempo en el mismo rol ha vuelto ese papel una parte de mí;  sin embargo, no lo es todo, hay ciertos aspectos que guardo para mí, aspectos oscuros que complementan parte de mi ser.

Tal vez exagero y hago suposiciones falsas, quizá nadie esté en ese baile de máscaras y esté solo dando vueltas y vueltas en mi propio túnel interno. Es posible que así sea.  A lo mejor si fuera tan feliz como la gente de los comerciales y las fotos del Facebook no necesitaría escribir y expulsar el veneno que en ocasiones me corroe. No lo sé, puede que sea algo mal que está en mí.

No es mi intención con este texto el de decir que está mal ser feliz. Más allá del conocimiento, de la plata, del éxito y la fama, la felicidad debe ser el propósito de la vida, quien es feliz puede darse por bien servido. Lo que pretendo con estas letras es la reivindicación de la tristeza, es decir que no todo tiene porque ser sonrisas y ojos brillantes y ‘Te amos’ y ‘Amiguis’; mi intención es la de despojarme  en una ocasión de las armaduras que nos impiden ser sinceros, de quitarme por unas horas el maquillaje que me muestran como un hombre feliz y miembro orgulloso de la sociedad; lo que quiero con estas letras es poder decir que en ocasiones está bien estar tristes, que ese sentimiento hace parte de nuestra humanidad, que no debemos dejar de ser nosotros mismos para pertenecer a una sociedad que en la menor oportunidad puede darte una patada en el culo sin decirte siquiera buena suerte.

En ocasiones, vale la pena quitarse toda la ropa, arrancarse la máscara y desnudos arrojarnos en el océano inmenso de nosotros mismos.

2 comentarios:

  1. Excelente, muy acertado. No está mal sentirse triste, es natural del ser humano. Lo que pasa con las fotos de Facebook es algo que se llama ego o "complejo de felicidad", estamos preocupados porque otros vean que somos aparentemente felices.

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  2. Querido Tulio, al parecer la vida es una tragicomedia, y disponemos de múltiples máscaras para usar convenientemente en cada ocasión. Quienes no somos tan diestros en su uso adecuado somos llamados "desadaptados" por fortuna -o infortunio- hay métodos de aprendizaje, y de una u otra forma, terminamos adheridos a la gran fiesta de disfraces, aunque alguna gente nunca deje de mirarnos extraño. Con el tiempo he aprendido a "adaptarme" y no sé cuánta de mi identidad he transformado en el proceso, la cuestión es que si no lo hago no sobrevivo... y la tristeza infinita... lo importante es transformarla en algo provechoso, porque no hay de otra. Un fuerte abrazo y gracias por tus bellas letras.

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