Hace
once años a esta hora, once de la noche, el televisor repetía una y otra vez la
imagen de dos aviones estrellándose contra un par de torres que se habían
convertido en el símbolo de la modernidad y civilización de comienzos del
siglo XXI.
Mientras
hombres y mujeres valientes aún rebuscaban entre los escombros los cadáveres y
restos de las más de tres mil víctimas del atentado en Nueva York, se barajaban varias hipótesis sobre los
posibles atentados: Que si un grupo de fanáticos japoneses en represalias por
Hiroshima y Nagasaki, que si los rusos, que si Osama Bin Laden…
Recuerdo
que mucha gente se alegró del crimen. Decían con una mezcla de obscena alegría
y morboso resentimiento que era lo mínimo que se merecían “los gringos” por el
daño que habían causado al mundo con su política imperialista, que ya era hora
que probaran en su propia tierra la tragedia que ellos mismos causaban en otros
países e idioteces por el estilo.
Podría
apelar a actos pasados para justificar un atentado de esa magnitud, pero aún
tengo en la retina las imágenes de esas pobres personas arrojándose desde los
pisos más altos de las Torres en llamas para evitar morir incineradas; en mis
oídos retumban aún las llamadas angustiadas de los tripulantes de los vuelos quienes,
a punto de morir, llamaban a sus seres amados para despedirse; y están
presentes tantos actos heroicos de los bomberos y policías quienes dieron su
vida por salvar la de otros.
Es de
estúpidos comparar tragedias, crímenes y vidas. Quien cree que “los gringos” se
merecían esto por haber patrocinado, por ejemplo, el golpe de estado de
Pinochet en Chile, en esa misma fecha, es verdaderamente un imbécil. Ambas tragedias
son deplorables y crímenes contra la humanidad
pero quien con soberbia afirma una barbaridad de ese calibre olvida algo
primordial.
Los
gobiernos no son las personas. No se puede generalizar. No todos los gringos
son soberbios, como no todos los colombianos son narcotraficantes, o prepotentes los argentinos. En las Torres
Gemelas había cientos de personas, unas buenas, otras malas; algunas
criminales y ambiciosas, pero otras pacíficas y conformes. Pienso en mi hermana
que vive en los Estados Unidos y que nunca le ha hecho mal a nadie, pienso en
miles de personas que acudieron como cualquier otro día a trabajar y se
encontraron con la muerte, y mierda no es justo, ni en Estados Unidos, ni en
Chile, ni en ninguna parte del mundo.
Algunos
dirán que la situación fue manipulada descaradamente por el gobierno mentiroso y criminal de
George Bush para iniciar una guerra por el petróleo. Es cierto, los halcones
del presidente ni siquiera dejaron que se enfriaran los cadáveres de las
víctimas cuando ya estaban iniciando una guerra privada para saciar los intereses
egoístas de las más altas jerarquías del Gobierno.
Hay
hipótesis que señalan que lo ocurrido fue un atentado perpetrado por el mismo
Bush y sus más altos consejeros para tener un pretexto que les permitiera atacar
el Medio Oriente, pero esas teorías a la larga se convierten en leyendas urbanas
como la falsa llegada a la luna o los caimanes que viven en las alcantarillas
de Manhattan. De lo que sí hay pruebas fehacientes es que hubo, por parte del
Gobierno, conocimiento previo de que iba a ocurrir un atentado y no hicieron
nada por evitarlo. Las pútridas manos de George W. Bush están untadas de sangre
y muerte.
Las
Torres Gemelas sirvieron como pretexto para una guerra la cual fue apoyada por
la sociedad, por lo general ignorante, con deseos de venganza y fácilmente
manipulable. No es ni la primera ni la última vez que ha ocurrido y ocurrirá:
Fue la causante del inicio de la Primera Guerra Mundial con el asesinato del
Archiduque austríaco Francisco Fernando, del surgimiento y apogeo de los nazis
y la elección y reelección de Álvaro Uribe Vélez en Colombia.
Pero
quisiera, por un momento, por unas horas, olvidar manipulaciones, políticos
corruptos, guerras sin sentido y dedicar un minuto de silencio, un espacio de
respeto y amor a las víctimas de tan fatídico día. Descansen en paz.
Coincido en todo...
ResponderEliminarSaludos.