martes, 11 de septiembre de 2012

A propósito del 11-S


Hace once años a esta hora, once de la noche, el televisor repetía una y otra vez la imagen de dos aviones estrellándose contra un par de torres que se habían convertido en el símbolo de la modernidad y civilización de comienzos del siglo XXI.

Mientras hombres y mujeres valientes aún rebuscaban entre los escombros los cadáveres y restos de las más de tres mil víctimas del atentado en Nueva York, se barajaban varias hipótesis sobre los posibles atentados: Que si un grupo de fanáticos japoneses en represalias por Hiroshima y Nagasaki, que si los rusos, que si Osama Bin Laden…

Recuerdo que mucha gente se alegró del crimen. Decían con una mezcla de obscena alegría y morboso resentimiento que era lo mínimo que se merecían “los gringos” por el daño que habían causado al mundo con su política imperialista, que ya era hora que probaran en su propia tierra la tragedia que ellos mismos causaban en otros países e idioteces por el estilo.

Podría apelar a actos pasados para justificar un atentado de esa magnitud, pero aún tengo en la retina las imágenes de esas pobres personas arrojándose desde los pisos más altos de las Torres en llamas para evitar morir incineradas; en mis oídos retumban aún las llamadas angustiadas de los tripulantes de los vuelos quienes, a punto de morir, llamaban a sus seres amados para despedirse; y están presentes tantos actos heroicos de los bomberos y policías quienes dieron su vida por salvar la de otros.



Es de estúpidos comparar tragedias, crímenes y vidas. Quien cree que “los gringos” se merecían esto por haber patrocinado, por ejemplo, el golpe de estado de Pinochet en Chile, en esa misma fecha, es verdaderamente un imbécil. Ambas tragedias son deplorables y crímenes contra la humanidad  pero quien con soberbia afirma una barbaridad de ese calibre olvida algo primordial.

Los gobiernos no son las personas. No se puede generalizar. No todos los gringos son soberbios, como no todos los colombianos son narcotraficantes, o prepotentes los argentinos. En las Torres Gemelas había cientos de personas, unas buenas, otras malas; algunas criminales y ambiciosas, pero otras pacíficas y conformes. Pienso en mi hermana que vive en los Estados Unidos y que nunca le ha hecho mal a nadie, pienso en miles de personas que acudieron como cualquier otro día a trabajar y se encontraron con la muerte, y mierda no es justo, ni en Estados Unidos, ni en Chile, ni en ninguna parte del mundo.

Algunos dirán que la situación fue manipulada descaradamente por el gobierno mentiroso y criminal de George Bush para iniciar una guerra por el petróleo. Es cierto, los halcones del presidente ni siquiera dejaron que se enfriaran los cadáveres de las víctimas cuando ya estaban iniciando una guerra privada para saciar los intereses egoístas de las más altas jerarquías del Gobierno.

Hay hipótesis que señalan que lo ocurrido fue un atentado perpetrado por el mismo Bush y sus más altos consejeros para tener un pretexto que les permitiera atacar el Medio Oriente, pero esas teorías a la larga se convierten en leyendas urbanas como la falsa llegada a la luna o los caimanes que viven en las alcantarillas de Manhattan. De lo que sí hay pruebas fehacientes es que hubo, por parte del Gobierno, conocimiento previo de que iba a ocurrir un atentado y no hicieron nada por evitarlo. Las pútridas manos de George W. Bush están untadas de sangre y muerte.

Las Torres Gemelas sirvieron como pretexto para una guerra la cual fue apoyada por la sociedad, por lo general ignorante, con deseos de venganza y fácilmente manipulable. No es ni la primera ni la última vez que ha ocurrido y ocurrirá: Fue la causante del inicio de la Primera Guerra Mundial con el asesinato del Archiduque austríaco Francisco Fernando, del surgimiento y apogeo de los nazis y la elección y reelección de Álvaro Uribe Vélez en Colombia.

Pero quisiera, por un momento, por unas horas, olvidar manipulaciones, políticos corruptos, guerras sin sentido y dedicar un minuto de silencio, un espacio de respeto y amor a las víctimas de tan fatídico día. Descansen en paz. 


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