lunes, 2 de junio de 2014

Duerme


Relato inspirado en la novela After Dark de Haruki Murakami

-Por supuesto –responde Takahashi-. Claro que puede. Pero lo que para una persona puede ser una distancia prudencial, para otra puede ser un abismo. A veces pasa.

After Dark, Hm.

Y llegará el momento en que me dirás una vez más ‘quiero dormir’, dejarás un vaso con agua encima del nochero, te quitarás la ropa del trabajo y pondrás una más cómoda, mirarás a través de tu ventana esa ciudad nocturna y oscura que se extiende a través de inimaginables luces, bombillos y faroles de esta ciudad caótica donde cada una de ellas esconde una historia, un secreto por resolver.

No esperarás hasta las primeras luces del amanecer, con pasos tambaleantes te dirigirás a la cama y caerás rendida agotada por el peso de los secretos, los enigmas y una vida que a pesar del poco tiempo te parecerá dolorosamente eterna. Te veré a lo lejos con mirada condescendiente, un poco desesperada y ansiosa mientras te encaminas a la cita por tanto tiempo deseada.

Te estirarás como un gato y mirarás un rato al techo, a ese bombillo que ya no te contempla de manera titilante pues está apagado. Pensarás en todo y en nada mientras tus ojos se van cerrando, la boca distensionando y entregando a la placidez a la que tu cuerpo ya ha sucumbido.

A lo lejos contemplo tu cuerpo semidesnudo que ya cubren las sabanas, el calor que compartes con ellas mientras te volteas y abrazas una almohada. Sigo en el marco de la ventana, contemplando a lo alto, el cielo estrellado, y abajo la ciudad que tiene la vida propia que le otorga las prostitutas, los jugadores, los mendigos, los proscritos de la vida diurna, esplendorosa y lúcida.

Ahora duermes, es difícil saber si lo haces o si has muerto, es tan leve tu respiración que podría parecer que estés en un estado catatónico. Es posible que así sea. Me levantó y en puntas de pies para no hacer ruido voy hasta donde estás, sigues viva, tu pelo negro y largo cae como cascada por encima de la cama blanca haciendo un contraste hermoso, tengo ganas de acariciarte la cabeza como he hecho tantas veces pero esta vez no lo consigo, me siento como un intruso en un ritual al que no soy bienvenido; tienes facciones de  paz y serenidad que nunca posees cuando estás despierta, aunque murmuras pequeñas y pocas palabras que no soy capaz de descifrar, quizá un recuerdo de la niñez, viajes o un amor por el cual aún suspiras y que es protagonista de tus sueños.

Enciendo un cigarrillo y me dirijo nuevamente a la ventana para no incomodarte con el humo o el olor a nicotina. De las cosas que más disfruto al compartir tu compañía en las noches es el momento en que duermes, es uno de los pocos momentos de débil comunión que tenemos, tú la bella durmiente que no ansía un beso para despertar y yo el centinela insomne que resguardo tu sueño de los fantasmas del pasado.
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Mientras consumo el pitillo y el humo se confunde con la oscuridad,  afuera la noche sigue su curso endemoniado, esta es la hora donde los ríos de alcohol, sangre y semen se confunden en las cloacas, pero también es el momento mágico donde cualquier cosa puede pasar: Un par de estudiantes caminando por las calles alimentando gatos famélicos mientras hablan de esto y lo otro, un oficinista que mata el tiempo trabajando hasta la madrugada con pausas para ir a un motel y golpear a una prostituta a placer, un taxista que da vueltas por la urbe una y otra vez, cientos de historias que se cruzan y se deshacen como el hilo de una madeja.

A punto de terminar el cigarrillo sigo mirándote y me doy cuenta que es ahora el instante en el que nos mostramos tal como somos, sin necesidad de máscaras o alcohol para desinhibirnos. Dejo de ser el hombre que habla hasta por los codos, de proyectar la imagen de bufón buscando que lo quieran y muestro mi verdadera esencia, callada y nostálgica, mientras que  tú, por primera vez, dejas de erigir fortalezas de silencio y apatía en torno tuyo para revelarte de manera vulnerablemente tierna en donde cualquier hombre podría quedarse a tu lado hasta el final de los tiempos.

Ahora tu boca se cierra un poco y da la impresión de formar una ‘o’ silenciosa. Podría acercarme, meterme debajo de las cobijas, abrazarte y  robarle un poco de la calidez que compartes con ellas pero no lo hago. Ahora le perteneces a la noche, al reino de las tinieblas y el reposo sin fatiga, este es tu mundo, la verdadera esencia de tu ser y no hay espacio para mí. En su lugar te sigo admirando y prendiendo un nuevo cigarrillo con la esperanza de disolverme al igual que el humo que expulso de tu boca.

Amanece en  la ciudad y los rayos de sol se meten por toda la casa a excepción de tu cama que parece ser territorio de nadie.  Me pongo los zapatos, te dirijo una nueva mirada y salgo de tu apartamento con las luces del nuevo día mientras tú sigues durmiendo.


Duerme.

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