martes, 17 de febrero de 2015

De la vez en que mi mamá le pateó el culo al Cáncer (por tercera vez…)


No hay nada más contradictorio que la vida. Nos quejamos de ella constantemente, nos preocupamos por cosas que nos parecen trascendentales (deudas, un amor no correspondido, un trabajo frustrante) pero al final vemos que carecían de la importancia que le dábamos; en ocasiones sentimos que las fuerzas se acaban y la realidad nos sobrepasa con esa mezcla de odio y rabia que invaden las calles y las ciudades y ansiamos desesperadamente el fin, el descanso,  la paz de la muerte.

Pero cuando la sentimos cerca, cuando vemos que no es algo remoto sino una realidad más cercana de lo que pensamos, y a pesar de todas nuestras convicciones religiosas que nos han adoctrinado para creer en un paraíso lleno de luz sempiterna y alegría, nos aferramos a la vida de manera indómita, terca y obstinada, como una garrapata. Y cuando esa amenaza se alza en contra de quienes amamos  luchamos como leones contra ella, arriesgando incluso nuestra efímera y preciada  existencia por ellos. Es así de maravillosa y contradictoria la naturaleza humana.

Este mes se ¿celebró? ¿conmemoró? el día mundial contra el cáncer. El cáncer es, y me perdonarán la expresión, una de las enfermedades más democráticamente hijas de puta que existen en el mundo (si bien es cierto que  existen factores que pueden aumentar los riesgos no hay una causa concreta, conozco gente que ha fumado toda su vida y mueren de viejos y niños que les ha dado leucemia), que no tiene origen en problemas de sanidad o de contagio, es una enfermedad que le puede dar tanto a Steve Jobs, como a la vecina del frente o a tu pequeño niño aniquilándolo en un par de meses o de años.

Se hablan de quienes enfrentan este mal como “luchadores”, “guerreros” y demás lugares comunes generalizando a todos los enfermos. Enfrentarse al cáncer es una opción y no una obligación, no todos quienes lo padecen deben ser unos felices calvos que publican arengas a favor de la vida, y merecen igual respeto quienes deciden no someterse a la quimioterapia considerando que ya han tenido suficiente y esperan con estoicismo envidiable el fin, que aquellos que deciden plantarle cara a la enfermedad.

Y es que ustedes no saben lo duro que son las quimioterapias. Horas sentados en una sala de gente que se aferra de manera obstinada a la vida, sentir como el veneno ardiente se riega por las venas por horas, el malestar, las ganas de quererse quitarse la aguja y salir corriendo, las náuseas, el salir de la sala de quimio solo para sentirse más nauseabundo y mareado, el cansancio sin límites, el ver a la familia que intenta apoyar pero que muchas veces molesta al ser incapaz de comprender el sufrimiento, el sentir dolor incluso con el más mínimo roce de la ropa, las ganas de vomitar, el mareo constante, la debilidad que no se va, el agarrarse la cabeza y ver como los dedos regresan llenos de pelos, la calvicie prematura, el dolor que no merma en el transcurso de los días, sino que por el contrario aumenta, la inminencia de una nueva sesión.

Y aun así, la mayoría de las personas se quedan. Asumen el reto. Están dispuestos a descender a los abismo del padecimiento, a ser marginados a pesar de estar rodeados de caras sonrientes intentando acompañarlos (eso cuando no están completamente solos en el mundo). Se quedan por cientos o miles de razones o quizá sola por una. Puede ser un rayo de sol, una sonrisa, la espera de un futuro, razones que como hilos atan a esta persona a este mundo y que la mayoría de personas enredadas en la telaraña de la agitada vida social y laboral somos incapaces de ver, porque solamente apreciamos la vida en sus justas proporciones, en su máximo esplendor, cuando estemos jugando al borde del abismo.

Mi mamá tiene cáncer. Por tercera vez. La primera vez que le dio fue en el 2006, en ese entonces una pequeña molestia en el vientre terminó convirtiéndose en un gran tumor que estuvo a punto de acabar con su vida. Se sometió al tratamiento. Venció. Cinco años más tarde, cuando pensamos que ya habíamos salido de esto para siempre, los resultados salieron malos y hubo que retomar. Repetir. Vencer de nuevo. Ahora, tan sólo dos años después los exámenes salen nuevamente  negativos y debe someterse a una nueva sesión.

Anteriormente decía que se tendía a caer en los lugares comunes de calificar a quienes padecen cáncer como guerreros y luchadores. Sólo sé que se quedan. Que no conozco sus situaciones personales y su universo para calificarlos como tal. Pero si conozco a mi mamá,  la he visto regresar de una sesión vuelta nada y he visto su fortaleza para levantarse de las cenizas y afrontar con miedo pero con determinación una tras otra sesión, he visto cómo a pesar de contar con valiosas compañías a través del día pero al final del mismo estar sola sin su familia (que la acompañamos de corazón pero cuya presencia física es imposible tanto como quisiéramos) sigue la pelea sin amilanarse.

Sé que ha pasado y soportado por muchas cosas que habrían destruido a otras personas y que a pesar de los reveses que el destino le ha propinado, siempre tiene una visión optimista de las cosas y que su voluntad es de hierro y fuego, sé que es la persona más valiente que haya conocido y que conoceré en mi vida y que su presencia y ejemplo me enseña todos los días el valor que se requiere para levantarse todo los días y luchar por lo que deseas y por quienes amas.

Titulé esta entrada  De la vez en que mi mamá le pateó el culo al Cáncer (por tercera vez…), porque a pesar de que está en pleno tratamiento no me cabe la menor duda que saldrá victoriosa una vez más y quiero creer a pie juntillas aquello de “la tercera es la vencida”.

Mucho ánimo mamá. Te amo.






2 comentarios:

  1. Y saldrá adelante de nuevo Tulio. Estaremos todos rodeandola y haciendo fuerza por que recupere nuevamente su salud.

    María Margarita Borda

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  2. Maravilloso escrito. Por como describes a tu madre, tengo la completa seguridad de que lo va a lograr de nuevo. Mucha fuerza y ánimos para ti y tu familia desde aquí. Saludos :)

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