“¡Usted no sabe con quien se metió!” enarboló como grito de
batalla el “señor” Nicolás Gaviria, a la
vez que amenazaba a uno de los policías que habían ido a pedirle que se calmara, después de
causar desordenes en una de las zonas de rumba de Bogotá, con llamar a su tío,
el expresidente César Gaviria, para que
arreglará la situación y trasladará a los agentes al Chocó.
Finalmente se reveló que este personaje no tenía cercanía alguna con el presidente que alguna vez nos
dio la “bienvenida al futuro” hace ya 25 años. El susodicho resultó ser un
simple NN, un pobre diablo con plata, al parecer con tercer grado de consanguinidad
con el ex mandatario quien deploró el hecho.
Veo a Nicolasito o Nico,
como le deben decir sus amigos y amigas de estrato 8 de parranda, completamente
ebrio, irrespetando a la autoridad, soberbio, altanero, pataleando e incluso
golpeando a los policías, y siento que a
pesar de que él es solo un niño rico quien seguramente nunca ha tenido que
esforzarse para obtener las cosas, refleja gran parte del pensamiento que tiene
hundido a este país en el fango de la corrupción y la ineptitud.
Ustedes
no saben quién soy yo, enarbolan no solamente este remedo de espécimen
sino políticos, artistas y demás personas que se sienten tan poderosos, tan
encima de la sociedad y las leyes que pueden hacer lo que les dé la regalada
gana, como si por el hecho de haber nacido en cuna de oro les dieran carta
blanca sin asumir las consecuencias de sus actos, arropados bajo un manto de
impunidad e inmunidad.
Son estos tipos de personas quienes miran por encima del
hombro al resto de la sociedad. Quienes consideran que mandar a los policías a
un departamento como Choco es un castigo y seguramente tratan de indios y de
lobos a quienes no nacieron en el mismo
entorno de su pequeña burbuja patética, son los mismos que desde las
universidades tan prestigiosas como La Sabana o Los Andes (y hablo de un
pequeño porcentaje no quiero generalizar) discriminan a estudiantes pobres becados
por la
envidia de lograr con talento lo que ellos deben alcanzar con la
abultada billetera de papá.
Personajes como Nicolasito
son los que llegarán al Congreso o serán quienes ganen las licitaciones para
las obras viales del gobierno o quienes dirijan las grandes empresas del país.
Tumores nacientes y crecientes, quienes achacarán su ineptitud a persecuciones
políticas contra su apellido político (porque esta especie de delfines se
reproducen como ratas), quienes enfrentaran escándalos de corrupción o
asesinato (remember caso Colmenares) con ‘Usted no sabe quién soy yo’ y se
convertirán en nombres tristemente célebres en este país de mala memoria como
los Nule, los Uribe, Merlano y tantos más para ser olvidados casi al instante
por noticia como un nuevo embarazo de Shakira o una nueva lesión de un jugador
colombiano de fútbol.
Todo esto me recuerda a una
frase del libro Rebelión en la granja
del siempre genial George Orwell. En él, los animales expulsan a los humanos de
una finca y se hacen con el control de la misma. Los cerdosse autoproclaman
líderes absolutos aunque anuncian que velarán por el bien común y anuncian que “Todos
los animales son iguales pero unos más iguales que otros” para justificar
impunidad para sus cochinadas (lamentablemente hechos comunes con nuestros
porcinos locales no son coincidencia). Quizá algún día la realidad nacional,
ese país invisible que va más allá del Parque de la 93, de la Zona T y de
Bogotá, esa nación sedienta de odio, de sangre, ansiosa de venganza, termine estallando en las manos de Nicolasito
y su panda de amiguitos y el despertar no será agradable.
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