miércoles, 4 de marzo de 2015

Nicolasito


“¡Usted no sabe  con quien se metió!” enarboló como grito de batalla el “señor”  Nicolás Gaviria, a la vez que amenazaba a uno de los policías que habían ido a pedirle que se calmara, después de causar desordenes en una de las zonas de rumba de Bogotá, con llamar a su tío, el expresidente César Gaviria, para que arreglará la situación y trasladará a los agentes al Chocó.

Finalmente se reveló que este personaje no tenía cercanía alguna con el presidente que alguna vez nos dio la “bienvenida al futuro” hace ya 25 años. El susodicho resultó ser un simple NN, un pobre diablo con plata, al parecer con tercer grado de consanguinidad con el ex mandatario quien deploró el hecho.

Veo a Nicolasito o Nico, como le deben decir sus amigos y amigas de estrato 8 de parranda, completamente ebrio, irrespetando a la autoridad, soberbio, altanero, pataleando e incluso golpeando  a los policías, y siento que a pesar de que él es solo un niño rico quien seguramente nunca ha tenido que esforzarse para obtener las cosas, refleja gran parte del pensamiento que tiene hundido a este país en el fango de la corrupción y la ineptitud.

Ustedes no saben quién soy yo, enarbolan no solamente este remedo de espécimen sino políticos, artistas y demás personas que se sienten tan poderosos, tan encima de la sociedad y las leyes que pueden hacer lo que les dé la regalada gana, como si por el hecho de haber nacido en cuna de oro les dieran carta blanca sin asumir las consecuencias de sus actos, arropados bajo un manto de impunidad e inmunidad.

Son estos  tipos de personas quienes miran por encima del hombro al resto de la sociedad. Quienes consideran que mandar a los policías a un departamento como Choco es un castigo y seguramente tratan de indios y de lobos a quienes no nacieron en  el mismo entorno de su pequeña burbuja patética, son los mismos que desde las universidades tan prestigiosas como La Sabana o Los Andes (y hablo de un pequeño porcentaje no quiero generalizar) discriminan a estudiantes pobres becados  por la  envidia de lograr con talento lo que ellos deben alcanzar con la abultada billetera de papá.

Personajes como Nicolasito son los que llegarán al Congreso o serán quienes ganen las licitaciones para las obras viales del gobierno o quienes dirijan las grandes empresas del país. Tumores nacientes y crecientes, quienes achacarán su ineptitud a persecuciones políticas contra su apellido político (porque esta especie de delfines se reproducen como ratas), quienes enfrentaran escándalos de corrupción o asesinato (remember caso Colmenares) con ‘Usted no sabe quién soy yo’ y se convertirán en nombres tristemente célebres en este país de mala memoria como los Nule, los Uribe, Merlano y tantos más para ser olvidados casi al instante por noticia como un nuevo embarazo de Shakira o una nueva lesión de un jugador colombiano de fútbol.


Todo esto me recuerda a una frase del libro Rebelión en la granja del siempre genial George Orwell. En él, los animales expulsan a los humanos de una finca y se hacen con el control de la misma. Los cerdosse autoproclaman líderes absolutos aunque anuncian que velarán por el bien común y anuncian que “Todos los animales son iguales pero unos más iguales que otros” para justificar impunidad para sus cochinadas (lamentablemente hechos comunes con nuestros porcinos locales no son coincidencia). Quizá algún día la realidad nacional, ese país invisible que va más allá del Parque de la 93, de la Zona T y de Bogotá, esa nación sedienta de odio, de sangre, ansiosa de venganza,  termine estallando en las manos de Nicolasito y su panda de amiguitos y el despertar no será agradable.






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