jueves, 25 de agosto de 2016

Plebiscito por el fin del conflicto: Un voto por el futuro


Vivimos un momento histórico. Ayer, 24 de agosto de 2016, se firmó un acuerdo de paz entre el gobierno y  las FARC, la guerrilla más antigua del mundo. Un acuerdo que se da cincuenta años después de guerra, muertos, terror, campos asolados por la muerte, de miles de muertos, secuestrados, mutilados y violados. Un apretón de manos que nos invita al perdón, a un país más justo, a un futuro mejor a las generaciones por venir.

Desde luego el nombre que le han dado los medios es bastante ambicioso, se grita a los cuatro vientos que esta es la firma de la paz, cuando en realidad no la es, pues los factores que crearon a esta guerrilla, la corrupción, la desigualdad, la injusticia siguen presentes creando semillas que en caso de no ser atendidas de manera urgente de cara al futuro podrán dar paso a una nueva guerra.

Pienso sin embargo, que este acuerdo es un paso gigante en la construcción de un verdadero país, a una nueva mentalidad, aquella donde se vea la inclusión, donde se reconozca al otro, donde se acepten de parte y parte errores del pasado y se cree una nueva consciencia de cara al futuro que rompa con el ciclo de violencia y venganzas inmediatas que han sumido al país en el atraso tanto mental como físico.

Ahora es el turno de la sociedad de refrendar este acuerdo. El próximo 2 de octubre el país deberá decidir si acepta esta decisión o si por el contrario decide seguir en una guerra sempiterna que no lleva a nada más que la destrucción y el caos. Nunca antes el país había tenido una decisión tan importante en sus manos, nunca había tenido tal poder de ser el arquitecto de su futuro y de lo que decida marcará la hoja de ruta de lo que vendrá a ser este siglo XXI que apenas comienza.

Y no es fácil desde luego. Mientras veía el anuncio en vivo por internet pude observar en simultánea los comentarios que las personas escribían sobre el tema.  Veía frases llenas de odio, de miedo, de terror, de sentirse engañados por Santos a quien acusan de entregarle el país a la guerrilla y de frases tan ignorantes  como decir que vamos camino hacia Venezuela, o que el país se volverá comunista (¿De verdad alguien puede ser tan ingenuo de creer que un hombre proveniente de la oligarquía como Santos es comunista?)

Esta situación ha sido aprovechada por la extrema derecha, aquella que provocó La Violencia a principios y mediados del siglo XX, la que le tiene pavor a la homosexualidad, o que la mujer decida en temas tan importantes como la concepción, para infundir el terror y lo que es peor el terror a través de la ignorancia.

Que a todos los guerrilleros se les dará un sueldo mensual de  un millón ochocientos mil pesos, que habrá total impunidad, que el país ahora les pertenece a las FARC, son algunas de las falacias que se sueltan de manera irresponsable, sobre hechos sin comprobar, verdades a medias y cuyo fin consiste únicamente en sembrar la discordia en alentar el miedo para que así el negocio de la guerra siga campante.

Empeorándolo todo, estas mentiras encuentran eco en un país que no le gusta informarse, que prefiere el chisme a los hechos, que vota no a favor de un ideal sino en contra de una persona. He hablado con más de una persona que no sabe qué fue lo que se firmó en La Habana pero piensa votar negativamente el plebiscito porque a Uribe no le parece (repitiendo como loro de piratas sus mil y un embustes) o porque no soporta a Santos. Incluso muchos gremios, como el de los taxistas han anunciado no apoyarlo si el gobierno no los apoya en sus demandas contra Uber.

Uno de los problemas más graves de Colombia es que la gente no es capaz de pensar a largo plazo, de no ver más allá de sus narices. Lo que se ha logrado en La Habana es algo que sobrepasa a Juan Manuel Santos, a este gobierno y todos sus desaciertos (que no son pocos). Persistir en la guerra, aquella que no se pudo acabar en más de cincuenta años no es sólo pecar por omisión sino ser cómplices de algo horrible.

Es muy fácil pontificar sobre los hechos y estar contra el acuerdo desde la comodidad del  sofá de la casa, porque esta guerra ha alimentado los suelos con la sangre de campesinos pobres de bando y bando; es fácil decir que vayan ellos, los miserables, a la guerra porque la misma gente que vocifera a favor que el conflicto se alargue nunca ha empuñado un fusil o mandaría a sus hijos a la guerra, porque esta misma gente que se proclama Uribista se hace la de la vista gorda al ver que su líder no fue capaz de acabar con la guerrilla durante su mandato y para no hacer evidente su fracaso fue  capaz de asesinar a sus ciudadanos más pobres y hacerlos pasar como guerrilleros en los tristemente falsos positivos.

Los acuerdos están sobre la mesa y cualquier persona puede leerlos. No se está engañando a nadie con ellos. Quienes exigen la cabeza de los jefes guerrilleros olvidan que se está pactando un acuerdo y no una victoria militar y en estos ambos bandos deben ceder, que organismos internacionales estarán velando por el cumplimiento de los mismos acuerdos y que tal como lo dijo Isaac Rabin, “la paz se firma con los enemigos” y nunca ninguno de los lados estará plenamente satisfecho y eso en parte es la construcción y la búsqueda de la paz.

Colombia tiene una cita con la historia el próximo 2 de octubre. El deber moral que tienen los habitantes de este país es el de mínimamente haber leído los acuerdos para saber de qué se tratan. En nuestras manos está la decisión de buscar un mejor mañana, un nuevo comienzo como nación o seguir sumidos en un conflicto que sólo dejará una estela de sangre y fuego. Espero que la decisión que se tome sea algo que nos enorgullezca contarles a las generaciones por venir.

¡Infórmense! Antes de votar lean los acuerdos aquí:
https://www.mesadeconversaciones.com.co/



4 comentarios:

  1. Tremendo análisis, mi amigo. La tenés clara con este tema.

    Espero que el pueblo sea inteligente y vote por lo que más le conviene a nuestro país.

    Un abrazo!

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  2. Un pacto es necesario por el bien del país, enquistado en una dinámica autodestructiva que no conviene a nadie, ni siquiera a los que se han enriquecido con ella.
    Pero un pacto implica una cesión por ambas partes para poder llegar a acuerdos que puedan satisfacer a la población, que es la receptora y sufridora de toda esta larga y negativa situación.
    Lo que no puede ser es pretender volver a la situación de partida como si no hubiera pasado nada.
    Un saludo y suerte.

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