Cuando
era pequeño odiaba trotar. Mi peor pesadilla en las clases de educación física, era el famoso test de Cooper donde
se debía darle vueltas a una cancha de fútbol por cuarenta minutos seguidos….a
duras penas le daba una y de resto me tocaba caminar minutos y minutos
achicharrándome bajo el sol ardiente de Cali.
Una
vez crecí me sentí atraído por las artes marciales. Por muchos años hice Karate
y después Capoeira…si bien son actividades que exigen mucho físicamente no se
requiere estar corriendo todo el tiempo. Empecé a trotar nuevamente en mis regresos a Cali por las ganas de
querer hacer algún ejercicio, no lo disfrutaba, simplemente lo hacía como una
obligación.
Desde
hace un mes empecé a salir a trotar los domingos, en la ciclovía de Bogotá.
Esta vez no lo hice como una obligación, ni como un deber, era una especie de
necesidad, de querer salir a la calle y
ver que me podía encontrar.
Empiezo
a correr, con lentitud, a mi propio ritmo, no hay enemigos que vencer, ni una
meta que alcanzar, cada vez que llego a una esquina me digo que podré llegar
hasta la próxima y luego la próxima. Al trotar no existe ninguna preocupación,
ninguna tristeza, ansiedad o alegría sólo la necesidad de mover la otra pierna,
de ver qué se oculta detrás del próximo semáforo, de moverme al ritmo de mi
respiración o la música que llevo en mi Ipod.
He
corrido con sol, con el cielo despejado y azul muy azul, rodeado de gente que
anda metida en sus propios asuntos; también lo he hecho con el cielo gris, a punto
de desplomarse, con pequeñas gotas que se deslizan incesantes sobre mi rostro y
espalda y solitario siendo uno solo en la vía, siempre queriendo superar mis
límites.
Correr
me sirve como filosofía de vida: Arriba está el cielo infinito, al fondo el horizonte, no
hay metas, no hay cargas sólo las ganas de querer moverse, de dejar atrás las
cosas malas, de exigirse, siempre sin dejar nada para el regreso, siempre
obrando con sinceridad y esfuerzo.
En estos momentos estoy corriendo hasta
Unicentro que queda en la 127, con lo que estoy haciendo un poco más de 80
cuadras (eso sin contar con el regreso, en donde camino de vuelta a casa viendo
detalles que en la carrera pasé por alto) pero sé que puedo dar mucho más, sé
que no hay límites y siempre podré exigirme un poco más.
Les
dejo este fragmento de esa gran película que es Gatacca en donde se ve la
importancia de darlo todo y eso, creo yo, es lo importante, darse todo, en el ejercicio, en
la literatura, en el amor, en la vida.
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