viernes, 2 de noviembre de 2012

Otra pequeña historia de amor y desamor



8:40

Le encantaba el sonido seco y elegante de la pluma sobre el papel. Miraba extasiada el movimiento rápido y cortante de su trazo, su mirada distante y concentrada en la superficie y el movimiento autómata pero con una pizca de gentileza a quien lo saludara.

Aura estaba fascinada. Observaba la fila interminable. Por cada tres personas que desaparecían diez más tomaban su lugar. Le gustaba observarlo: A pesar de estar rodeado tenía un halo de soledad que le atraía irresistiblemente.

Carlos Valais lucía como una atracción de feria. Un mono de circo cuya labor consistía en firmar hasta desfallecer. Aura sentía pena del escritor, en su cara se veía el cansancio acumulado de horas de autógrafos, era un gesto insignificante donde levemente arrugaba el ceño y que las demás personas confundían con una señal de inteligencia pero que la mujer interpretaba correctamente como un dejo de fastidio, de agotamiento.

Ninguno de los presentes en la sala admiraba tanto al escritor como ella. Sencillamente lo idolatraba, soñaba con él, se identificaba con sus letras, con sus tristísimas historias, con sus personajes.  Lo amaba pero era algo mucho más profundo de lo que podría expresarse con una cercanía corporal, era algo sublime, hermoso, puro, ninguna persona podría comprenderlo.

La firma seguía, hora tras hora. Aura no se movía de su lugar, quería verlo, quizá una vez terminara la sesión podría presentársele, decirle ‘Hola soy Aura y sus libros han cambiado mi vida para siempre’, palabras que quizá el autor ya hubiera escuchado mil millones de veces pero que siempre tendría un significado especial para un lector necesitado de esas frases, de esas palabras escritas.

Cuatro horas y el último de los admiradores abandonaba el recinto. Aura sabía que esta era su oportunidad: Ahora o nunca. Se acercó al hombre, Valais la miro y sus miradas se cruzaron en los cinco segundos más hermosos de la vida de la mujer. No fue capaz de articular palabra, ni de expresar todo el torrente de sentimientos que tenía en su interior, simplemente atinó a pasarle un libro. El escritor lo miró, sacó su pluma y con rapidez garabateó unas palabras, se lo devolvió y sin mediar palabra desapareció.

Ella abrió el libro y leyó en voz alta.

Con cariño para Calíope, Carlos.

1 comentario:

  1. Terminé de leer y salí disparadoa googlear "Calíope" (ignorancia de mi parte...). Allí lo comprendí todo.
    Excelente cuento, Tulio, romanticismo a pleno.
    Te felicito.
    ¡Saludos!

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