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Le encantaba el sonido seco y elegante de la pluma sobre
el papel. Miraba extasiada el movimiento rápido y cortante de su trazo, su
mirada distante y concentrada en la superficie y el movimiento autómata pero con
una pizca de gentileza a quien lo saludara.
Aura estaba fascinada. Observaba la fila interminable. Por cada tres personas que desaparecían diez más tomaban su lugar. Le gustaba
observarlo: A pesar de estar rodeado tenía un halo de soledad que le atraía
irresistiblemente.
Carlos Valais lucía como una atracción de feria. Un mono
de circo cuya labor consistía en firmar hasta desfallecer. Aura sentía pena del
escritor, en su cara se veía el cansancio acumulado de horas de autógrafos, era
un gesto insignificante donde levemente arrugaba el ceño y que las demás
personas confundían con una señal de inteligencia pero que la mujer
interpretaba correctamente como un dejo de fastidio, de agotamiento.
Ninguno de los presentes en la sala admiraba tanto al
escritor como ella. Sencillamente lo idolatraba, soñaba con él, se identificaba
con sus letras, con sus tristísimas historias, con sus personajes. Lo amaba pero era algo mucho más profundo de
lo que podría expresarse con una cercanía corporal, era algo sublime, hermoso,
puro, ninguna persona podría comprenderlo.
La firma seguía, hora tras hora. Aura no se movía de su
lugar, quería verlo, quizá una vez terminara la sesión podría
presentársele, decirle ‘Hola soy Aura y sus libros han cambiado mi vida para
siempre’, palabras que quizá el autor ya hubiera escuchado mil millones de
veces pero que siempre tendría un significado especial para un lector
necesitado de esas frases, de esas palabras escritas.
Cuatro horas y el último de los admiradores abandonaba el
recinto. Aura sabía que esta era su oportunidad: Ahora o nunca. Se acercó al
hombre, Valais la miro y sus miradas se cruzaron en los cinco segundos más
hermosos de la vida de la mujer. No fue capaz de articular palabra, ni de
expresar todo el torrente de sentimientos que tenía en su interior, simplemente
atinó a pasarle un libro. El escritor lo miró, sacó su pluma y con rapidez
garabateó unas palabras, se lo devolvió y sin mediar palabra desapareció.
Ella abrió el libro y leyó en voz alta.
Con cariño para
Calíope, Carlos.
Terminé de leer y salí disparadoa googlear "Calíope" (ignorancia de mi parte...). Allí lo comprendí todo.
ResponderEliminarExcelente cuento, Tulio, romanticismo a pleno.
Te felicito.
¡Saludos!