viernes, 23 de diciembre de 2011

La navidad de Noir (cuento navideño)


Mi regalo de navidad para todos ustedes.

Espero les guste.

Tm69

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La navidad de Noir


El vampiro echó la cabeza para atrás. La luz molesta y artificial –amarilla, mortecina- del transporte le irritaba los ojos. Se acomodó el sombrero y miró por la ventana: Afuera, la oscuridad parecía devorar la carretera.

Sonrió con ironía al pensar que ninguno de los vampiros glamurosos y delicados del cine o los libros se montaría jamás en un bus; pero él no era ningún Conde o Marques para ese tipo de elegancias; era simplemente un detective, un ‘reparador’ de cosas, o como le dijo alguna vez un demonio: “El encargado de untarse las manos de sangre en lugar de bebérsela”,

Estaba allí, en ese bus maloliente, rodeado de ganado humano y reprimiendo el instinto de lanzarse sobre esa niña que jugueteaba con una muñeca y lo miraba de reojo una y otra vez con curiosidad. No tendría ningún problema en matar al resto de los pasajeros para después posar sus labios en el cuello suave de la infante, sentir su olor delicioso, enloquecedor y hundir sus colmillos hasta saciarse con su pura y virginal sangre.

Pasó una mano sobre la comisura de los labios. Aún conservaba el mal sabor. Su última experiencia había sido un fiasco: Al final, había tenido que alimentarse de un viejo ebrio disfrazado de Papá Noel.  No tuvo que abalanzarse sobre él o hipnotizarlo pues el borracho estaba dormido, tirado en la calle. Lo único que había atinado hacer mientras bebían su sangre, fue roncar más fuerte y mover la mano como si fuera aplastar a un zancudo.

Noir recibió la bofetada del viejo y pensó seriamente en romperle el cuello, pero al ver su patética estampa, su aliento maloliente y su disfraz sucio con trazos de vomito seco, desistió de la idea. Vivir era, sin duda, un peor castigo para esa escoria.

La razón por la que terminó bebiendo de esa sangre fueron los interrogatorios. Se había demorado demasiado con un par de individuos que, para su desgracia, habían decidido guardar silencio sobre una información vital, lo que retraso la búsqueda de una mejor presa.
Si para Noir existía un mayor placer que obtener la información por la fuerza, no la conocía; ni siquiera la cacería le llamaba la atención: Después de tantos años  se  había convertido en rutina y finalmente todo se reducía a alimento. Pero la sensación de romper huesos, de percibir el terror de los sospechosos y arrancarles una confesión lo hacía sentirse vivo, por irónico que pudiera parecer.

Del techo del bus  empezó a sonar, a todo volumen, un villancico: Ruido disfónico, rimas sin sentido, estupidez sin pausa. La niña que estaba junto al vampiro, y quien no tendría más de cinco años, empezó a tararear la canción mientras aplaudía al son de la música.

La pequeña lucía radiante, tierna, delicioso receptáculo del líquido vital. Noir le acarició la cabecita, pasó un dedo frío por los labios y se detuvo en el cuello. Sintió cada gota de su sangre fluir como una cascada a través del torrente sanguíneo. Hizo un ademán de acercarse pero se sintió observado por lo que desistió de la idea. Podía matarlos a todos, pero no convenía, debía ahorrar energías para  el caso.

El villancico sonó con más fuerza.

“Odio la navidad”, pensó el vampiro.



Se bajó según las coordenadas en un lugar en medio de la nada. Prendió un cigarrillo y empezó a caminar a través de una carretera solitaria; aunque no corría, su movimiento era más rápido que el del más veloz de los humanos. Finalmente, vio a lo lejos, el  carro.

En el capó, acostado, había una figura que observaba las estrellas.

-Hola jefe –dijo el desconocido sin moverse.

-¿Qué información tienes?

El ser se incorporó y se dirigió a Noir,

-Tan pronto recibí su llamada llegué a este lugar y he estado examinándolo por una hora. Sin embargo, es muy extraño…

-Stephan –interrumpió Noir- ¿Qué demonios es eso?

-¿Esto? –dijo el ayudante mientras se tocaba la cabeza-. Es un gorro navideño, de Papa Noel. ¡Mire! Tiene mi nombre escrito con escarcha.

-Ya sé que es un gorro navideño, idiota. ¿Por qué te lo pones? Eres un hombre lobo.

-Debería dejar de ser tan gruñón jefe y contagiarse del espíritu ¡Me encanta esta época!

El detective puso los ojos en blanco. Prendió otro cigarrillo.

-¿Qué es lo extraño? –retomó.

-No pude percibir tantos zombies como creíamos…quizá no sean más de cincuenta, además son de clase tres, ya sabe lo débil que es esa escoria.

-No es mucho lo que pueda hacerse con un grupo de inútiles como ese...

-Debería informar a quien nos contrato que la amenaza es nula.

-No –respondió el vampiro- nos contrataron para un trabajo y lo vamos a terminar. Es lo mínimo después de venir hasta este lugar.

Noir desenfundó su arma, una de las míticas Stocker, una de las diez últimas que aún existían en el mundo. Por su parte, Stephan, desplegó sobre el capó, una colección de hermosos cuchillos. Siguiendo el llamado de su especie, prefería las armas blancas; sentir la cercanía del enemigo, el momento en el que arrebataba una vida. Escogió diez.

-Estamos en luna nueva y no tendrás toda tu fuerza ¿No hay problema?

-Para vencer a unos zombies clase tres no necesito la ayuda de la luna, además estuve viendo unos movimientos buenísimos en una peli de Bruce Lee. Voy a aplicarlos.

-Ya veremos –dijo Noir mientras sonreía.

Tan pronto ingresaron al jardín principal, un par de metralletas Deik surgieron de la nada y empezaron  a dispararles.

-No puedo creer que este tipo ni siquiera tenga un par de Andujars.

Las Andujars, como todos saben, son  metralletas gigantes de última generación: Diez veces más rápida que una Deick y equipadas con rayo laser y detector de calor.

-Lo sé –respondió el vampiro- algo extraño ocurre y voy a averiguar de qué se trata.

El hombre lobo lanzó de manera certera varios cuchillos a ambas metralletas, averiándolas.
Ingresaron al gran salón. En su interior lo esperaban más de veinte zombies debidamente ataviados: Vestidos como duendes, con trajes de colores verde, blanco y rojo, medias hasta las rodillas, cascabeles por todo el cuerpo y gorros similares a los de Stephan.

-Odio la navidad –murmuró Noir mientras encendía otro cigarrillo.

El enfrentamiento fue sencillo. Los zombies no eran rivales para la Stocker y a cada disparo caían como  moscas; por otro lado, el hombre lobo se daba un banquete manejando con destreza los cuchillos y realizando sus movimientos de artes marciales de manera exagerada y poco práctica.

A los cinco minutos el piso estaba lleno de cadáveres. Las criaturas no habían tenido tiempo de reaccionar antes de ser masacradas.

Fueron al siguiente cuarto. Los perros no tenían piel y gruñían como hienas mientras se relamían unos colmillos descomunalmente largos, en las cabezas tenían puesto unos cuernos decorativos que los hacían ver como los renos más horribles del mundo.

Guardó la pistola. No valía la pena gastar más balas en esta idiotez. La parafernalia navideña lo tenía de mal humor. De muy mal humor. Necesitaba descargarse un poco. Matar a alguien o algo. Cogió al perro más cercano, lo tumbó y le aplastó el cráneo, sintiendo como se quebraba cada uno de sus huesecillos.

Uno de los canes lo cogió desprevenido, lo hizo caer e intentó morderlo.  Noir sintió el aliento baboso y los ojos rojos del animal, con dificultad puso una de sus manos sobre el pescuezo de la bestia y apretó hasta que lo sintió estallar.

Mientras tanto, el hombre los esperaba con ansiedad.  A través de las cámaras de seguridad los había visto ingresar a la mansión, arruinar sus armas, masacrar a su ejército de zombies  y aplastar a sus hermosos animales. No había tenido necesidad de investigar quiénes eran los intrusos pues era bien conocida la identidad del vampiro que se vestía como un detective de los años treinta. Sabía que no tenía ninguna posibilidad de vencerlos  por medio de la fuerza por lo que le dio otro sorbo a su copa de vino. Y pensó.

Noir no pudo reprimir una sonrisa al ver a Stephan: No había querido quitarse el gorro navideño sin importarle que estuviera untado de sangre y la materia viscosa de los perros.  Cada cierto tiempo debía acomodárselo pues se le pegaba a la frente. El vampiro pensó que si en algo combinaba el jodido sombrerito de Papá Noel, era con esa inmundicia. Se dirigieron hacia una enorme puerta ubicada en el piso superior. Empujaron.

El cuarto era enorme y estaba pulcramente organizado. A lo lejos, se veía un enorme dispositivo  con varias pantallas que transmitían la información recolectada por las cámaras de seguridad. En un rincón se veía un enorme pesebre debidamente organizado, contiguo a él se alzaba un árbol de navidad decorado con guirnaldas, bolas y luces. En el centro de la habitación estaba sentado un joven que los observaba con atención. A su lado, un zombie con disfraz de Papá Noel sostenía una jarra. A una orden, la criatura sirvió  el líquido a su amo.

-Los esperaba…sean bienvenidos -dijo mientras bebía de su copa.

Noir prendió otro cigarrillo, mientras el hombre lobo miraba fascinado el cuarto.

-¿Se puede saber a qué se debe su visita, detective?- preguntó el hombre al ver que ninguno de ellos contestaba.

El vampiro dio una calada a su cigarrillo, desenfundó la pistola y apuntó a la cabeza del anfitrión.

-Dame una buena razón para no volarte la cabeza…-respondió.

-¿No puedo saber siquiera cuáles son mis crímenes? –preguntó el hombre.

-Creación ilegal de un ejército de zombies. Alguien, en el Grupo de los Trece, cree que puedes usarlo en su contra.

-¿El Grupo de los Trece? –respondió el interlocutor asombrado.

-¿No sabes quiénes son los trece?  ¿Los dueños de la ciudad?–interrumpió asombrado Stephan-. Jefe, debería acabarlo, no por los zombies  sino por idiota.

- ¿Les parece que tengo un ‘ejército’? – respondió el hombre-. Ustedes han visto a mis muchachos, a mis mascotas. Son muy débiles y no son una amenaza para nadie, ni siquiera para un grupo numeroso y armado de humanos.

-¿Entonces por qué hacerse con este grupo de caminantes? –preguntó Noir mientras enfundaba nuevamente el arma, el idiota no representaba mayor peligro-. Si la respuesta no me satisface, tus sesos harán juego con la decoración del lugar.

-No pretendo atentar contra el Consejo vampírico ni contra ninguna otra criatura, yo sólo quiero vengarme de unos mortales. Todo se remonta a la época en que era estudiante…

-¿Es esta una de esas historias eternas sobre el pasado? –preguntó el hombre lobo apesadumbrado-. Noir, ¿no es posible que mientras tanto elimine a los zombies que no hayan quedado  inservibles?

-Seré breve, lo prometo –respondió en su lugar el hombre.

Stephan ignoró a su interlocutor, miró a su jefe y  a una señal se quedo quieto en el puesto.

-Como decía, quiero buscar venganza de unos humanos –y al mencionar las últimas palabras el rostro del joven abandonó su dejo burlón- Hace treinta y cinco  años me enamoré de la niña más linda del colegio, para mí desgracia, era la novia de Miguel Valbuena, un compañero que era hijo del dueño de la ciudad. Valbuena y sus amigos aprovecharon un paseo que hizo el curso al río y en compañía de sus cómplices, me ahogaron….

Noir movió la muñeca en círculos exigiendo que el joven acelerara su historia; Stephan, sentado en un rincón, bostezaba.

-Miserables niños, me asesinaron y nadie hizo nada por encontrar los responsables. Mi espíritu vagó muchos años en busca de venganza, hasta que un día –y el rostro del muchacho esbozó una sonrisa macabra- me encontré con un demonio. Ofreció darme mi antiguo cuerpo y la oportunidad de desquitarme a cambio de mi alma.

Mocoso estúpido, pensó Noir, no sabía lo que  había hecho. Un demonio puede llegar a que desees haber nacido sin alma. Igual no era asunto suyo.

-El mismo demonio me dijo algo que me llenó de regocijo: Esa gente va a celebrar una reunión de graduados en la mansión de Valbuena durante la noche de navidad y van a llevar a sus familias. Por fin tendré lo que buscaba…

-¿Quién me dice que no atentarás contra el Grupo de los Trece?

-Mis zombies son débiles, muy débiles. No quiero otra cosa que mi venganza.  Está estipulado en el contrato que apenas efectúe mi deseo deberé entregarle mi alma a quien me compró.

-¿No atentarás contra ninguna otra criatura?

-No.

-¿Ni siquiera contra ningún otro humano?

-¿Importa? –después de ver en los ojos del vampiro una amenaza, respondió– aparte de las personas que asistan a la reunión no asesinaré a nadie más y el ejército se desvanecerá en las sombras.

-No creo que seas una amenaza para nadie –dijo el detective mientras pensaba en lo obeso y desagradable del anfitrión, seguramente él también lo habría ahogado-. Lamentablemente, alguien me ha pagado muy bien por tu cabeza. Ya sabes lo que dicen, es mejor curar que lamentar.

-Pago el triple de lo que le hayan ofrecido. Eso y mi promesa de que me iré para no volver. ¿Alguna pregunta?

-¿Para qué el pesebre y el árbol de navidad?

-Soy un nostálgico, detective…

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Nochebuena. La casa de campo de los Valbuena se engalana para recibir ilustres invitado. El salón de baile está decorado no con los tradicionales blanco y rojo sino con gris y dorado, colores más sobrios  pero sin duda más elegantes.

Del cielo penden globos, guirnaldas y los respectivos muérdagos para que los enamorados puedan hacer de las suyas. La orquesta toca música suave, relajante, y los antiguos compañeros de colegio rememoran viejos tiempos a la vez que presentan en sociedad a sus parejas y a sus hijos.

El punto cumbre de la fiesta es el momento en que suenan las campanadas que anuncian la medianoche. Cuando los presentes se abrazan emocionados deseándose la feliz navidad, intempestivamente las puertas del gran salón se abren trayendo a los residentes del infierno a tan elegante celebración.

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Un adolescente obeso con gafas y cara redonda está en el  centro, su mirada está llena de odio, de furia, de resentimiento; a su lado hay unos seres grotescos y putrefactos, algunos están disfrazados de duendes, o de papa Noel, otros más de pastorcitos que habrían de visitar Belén. Las criaturas huelen el aire y empiezan a hacer sonidos tétricos provocados por el hambre de la carne y la sangre. A un costado hay dos hombres en los que nadie repara: Uno de ellos tiene pelo largo y ojos de color dorado, el otro está vestido como un detective de película del cine negro.

Algunos de los asistentes creen reconocer al gordo que está en el centro, comienzan a gritar aterrados y pronto, la noticia del regreso de Hernández de la tierra de los muertos, se riega como  pólvora. Los gritos y los llantos son interrumpidos súbitamente.

-Señores, esta fiesta ha terminado. –concluye emocionado el joven.

Los tres seres están sentados en una mesa mientras los zombies cumplen su tarea con eficiencia. Stephan tuvo la idea de incendiar el salón para darle mayor dramatismo a la escena y apuñaló en las rodillas a un par de invitados que pretendían escapar del lugar, se ha quejado sin parar, pero es inocultable que está divirtiéndose en grande con su noche navideña.

El agasajado observa la escena y los rostros agonizantes y carcomidos de los presentes. Disfrutaba especialmente el contemplar su rostro al ver como devoraban a sus seres amados. Quizá había sido un error no ordenar a su grupo el dirigirse exclusivamente a los familiares y dejar a los culpables para el final. Eso ya no importaba, lo relevante era disfrutar el momento, grabar en sus retinas cada segundo de esa noche,  guardar como un tesoro los rostros ensangrentados de sus victimarios. El futuro podía ser terrible, pero ese día le pertenecía únicamente a él por la eternidad entera. Haría que valiera la pena. Levantó una copa de vino y se dirigió al vampiro.

-Feliz navidad –le dijo.

El detective contemplaba la escena en medio de sorbos ocasionales de su copa. La sangre estaba deliciosa, en su punto. No lo confesaría jamás pero el incendio, los zombies disfrazados y la gente histérica corriendo de un lado para el otro intentando escapar de una muerte segura le divertía. Eso sin contar con el oro que se había embolsado sin hacer ningún esfuerzo.

Escuchó el chomp, chomp de un caminante que se daba un banquete con una pequeña niña. Luego de abrirla, devorar su intestino, hígado y pulmones, en un acto de violencia sin sentido, le  arrancó la cabeza y la arrojó a los pies del vampiro que al mirarla, pensó que podía ser, perfectamente, la niña que se había sentado a su lado en el bus repleto de ganado humano.

-Feliz navidad –respondió Noir.

2 comentarios:

  1. ¡¡ Qué buena presentación en sociedad de Noir y Stephan !! ...
    Aquí me quedo, satisfecho después de lo leído, esperando por más aventuras del dúo...
    Muy bueno... ¡¡ Felicitaciones !!...

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  2. Muchas gracias Juan...sé que con vos cuento con un lector sincero y fiel. Muchas gracias por leerme y me alegro te haya gustado la historia.

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