Homenaje a
Ernesto Sabato, escritor argentino (1911-2011) en el primer aniversario de su muerte
Ernesto Sabato
abandonó el paraíso y descendió a los infiernos del alma humana de manera
voluntaria, como un cabrito que se encamina al sacrificio. Rechazó un mundo
pletórico de luz y se adentró en las sombras, en la oscuridad, en esos dioses
de la noche, de la locura y del incesto. Pero miento, no fue de manera
voluntaria; su alma, desde joven, se vio abocada a los misterios inexorables de
la vida, al océano de la tristeza, de los perdedores, de aquellos que ven un
“universo horrible o por lo menos imperfecto” y quieren cambiarlo aunque jamás
podrán, haciendo su desesperanza algo mucho más trágico, más triste, plasmando su
impotencia en sus letras, como si fuera arrastrado por una fuerza misteriosa,
por algo superior a él, convirtiéndolo en un amanuense de la locura, la muerte
y la soledad.
Sabato falleció
hace un año en su hogar en Santos Lugares de problemas respiratorios, estaba a
punto de cumplir los cien años en poco menos de dos meses, pero según Elvira
González Fraga, la persona que lo cuidó desde 1998, año en el que murió su
esposa, el Maestro ya estaba muy mal, y era un despojo, una caricatura de sí
mismo.
Con su muerte,
nos ha dejado huérfanos a aquellos que veíamos en sus prodigiosas letras a un
guía, aun faro. Nos ha abandonado a los solitarios, a quienes veíamos en su
triste pesimismo, en su frenética búsqueda de un Creador, una explicación de
aquellos actos horribles que ocurren en el mundo, esas atrocidades terribles
que son pan de cada día; nos ha dejado con los ojos en lágrimas a quienes
comprendemos y padecemos la incapacidad de comunicarnos con las otras personas,
de establecer un puente por frágil que pudiera ser, una comunión efímera con quienes
amamos.
¿Pero quién era
en realidad? ¿Dios o demonio? ¿Ángel del apocalipsis o tan solo un profeta de
las fuerzas oscuras? Quizá todo eso, quizá nada de eso. Era sencillamente un
ser humano, portentoso, talentoso, genial, atormentado, pero humano al fin y al
cabo, con todas las complejidades que nos caracterizan y con una dimensión tan
profunda, tan llena de matices que es inabarcable. La frase que escogiera en su
prefacio a Abbadón el exterminador lo describe mejor que yo:
“Es posible que mañana muera, y en la tierra no
quedará nadie que me haya comprendido por completo. Unos me considerarán peor y
otros mejor de lo que soy. Algunos dirán que era una buena persona; otros, que
era un canalla. Pero las dos opiniones serán igualmente equivocadas.”
Mijail Iurevitch Lérmontov
Un héroe de nuestro tiempo
En búsqueda de la luz
Como bien se
sabe Ernesto Sabato nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, al ocaso de un
24 de junio de 1911. Fue bautizado con el nombre de un hermano mayor que
falleciera antes de su nacimiento. Este hecho habría de conmocionarlo
profundamente, pues al tener el nombre de un difunto tan reciente, habría de
preguntarse si tendría la misma esencia de su hermano muerto y por lo tanto no
tendría una identidad propia.
Desde pequeño
fue un niño diferente: en extremo sensible y alejado del característico
bullicio de los infantes. A los trece años fue enviado a La Plata a estudiar la
secundaria. Allí habría de comenzar a conocer la maldad humana sin motivo, per
se, cuando en una ocasión se fue a pintar a un bosque cercano, y fue acorralado
por una banda de malnacidos quienes se burlarían de él (¿Por qué? ¿Tiene alguna
explicación la maldad?), romperían sus pinceles y se marcharían en medio de
crueles carcajadas.
Uno de los
hechos más destacables de sus estudios es que fue alumno del conocido humanista
y filósofo dominicano Pedro Henríquez Ureña, por quien habría de demostrar una
admiración y gratitud eterna que habría de plasmarse en un ensayo dedicado a él
en su libro Apologías y Rechazos.
En esa época
habría de conocer ese mundo ordenado y paradisíaco, de luz, de orden
inalterable que son las matemáticas. Creyó encontrar paz a su, desde entonces,
desasosegada alma en el mundo inmutable de los números al cual se consagró con
la fe de un pecador en busca de una absolución por sus actos.
Durante su
juventud y como gran parte de las personas que habrían de vivir durante esos
turbios y agitados años, se volvería miembro del Partido Comunista. Creyó en la
ilusión, en esa falsa utopía de igualdad para las personas. Durante ese periodo
conocería a quien habría de ser el amor de su vida, Matilde Kusminsky Richter,
quien no sólo sería su compañera, su amante, su amiga, sino quien habría de
darle fuerza en los momentos de mayor desesperanza y habría de rescatar de las
llamas ese hermoso libro que es Sobre héroes y tumbas, aunque no pudiera hacer
lo mismo con tantos otros textos que el autor compulsivamente escribía sólo
para sacrificar al fuego.
Su creencia por
el Partido Comunista empezó a flaquear al ver las barbaridades y excesos del
régimen de Stalin y empezó a cuestionar las acciones cometidas por la Unión
Soviética. Sus copartidarios decidieron enviarlo a ese país para
“adoctrinarlo”, pero Sabato, intuyendo en qué podía consistir ese nuevo “aprendizaje”,
huyó a Francia.
Posteriormente
volvería a Argentina y se casaría con Matilde, después retornaría a Europa
donde viviría momentos muy difíciles. Épocas de pobreza, de penurias
económicas. En aquellos años vivía con su esposa y su recién nacido primogénito
Jorge Federico, en un cuartucho miserable. Siguió dedicado al culto del mundo
onírico de los números, trabajando como físico de los Laboratorios Curie, pero
a pesar de su devoción, de su entrega, era rechazado una y otra vez en ese
apacible mundo. Las fuerzas de la oscuridad, de la tristeza lo reclamaban para
sí; debía escribir, como si fuera un instrumento, un médium, y su mensaje debía
difundirse.
Confundido entre
ambos pensamientos tan contradictorios, entre mundos de luz y sombra, de las inquietudes
de un alma que contemplaba la parte más horrible del mundo, consideró el
suicidio en varias oportunidades. Afortunadamente no lo hizo, y en su lugar abandonó
Francia se devolvió para Argentina donde se recluyó en una casa campestre, en
una especie de exilio voluntario, y escribiría El Túnel.
Descenso a los infiernos
Su obra, como la
de muchos escritores noveles, talentosos pero sin renombre o conexiones, fue al
principio ignorada y despreciada por las grandes editoriales. Habría de
publicarse en la revista Sur de su amiga Victoria Ocampo. Afortunadamente, uno
de esos tomos llegó a manos del crítico francés Roger Callois, que habría de
mostrárselo al maravilloso Albert Camus, quién con la humildad típica de los
verdaderamente genios, reconocería lo magistral de la obra del argentino y lo
ayudaría a publicar su obra.
El Túnel… Esa
obra habría de acompañarme en los momentos más solitarios de mi adolescencia.
Sólo quienes hemos experimentado momentos de soledad, de incomunicación,
habríamos de comprenderla historia turbia de amor entre Juan Pablo Castel y
María Iribarne, habríamos de hacer nuestro ese hermoso y tristísimo capítulo en
donde comprendemos que siempre habremos de vagar por esos túneles inconexos de
la vida:
“En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario,
el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi
vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a
esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al
mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límite de los
que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis
extrañas ventanas y había entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad, o
le había intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. Y entonces,
mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal,
la vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y
absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad.”
Sabato joven
Trece años
habrían de pasar entre la publicación de El Túnel y Sobre héroes y tumbas. En
esos años, contrario a lo que se pudiera imaginar, Sabato siguió escribiendo de
manera frenética, siguiendo los dictados de su alma, para luego, desesperado al
contemplar el resultado, arrojarla al fuego. Producto de su piromanía nos
quedamos sin conocer La fuente muda de la que nos queda un pequeño fragmento
publicado en la revista Sur. Igual destino habría de correr Sobre héroes y
tumbas, pero como se dijo anteriormente, Matilde, la fiel y dulce Matilde,
habría de salvarla de los brazos de las llamas y dejársela a la posteridad, a
la eternidad.
El destino de
Martín y Alejandra, el aterrador y sombrío hado de los Vidal Olmos y el
devastador y terrible Informe sobre ciegos se encuentran contenidos en este
libro. Una vez más está presente la imposibilidad de amor y en su lugar se
encuentran momentos demasiados fugaces de felicidad entre ambos protagonistas.
Pero es por
primera vez que vemos el descenso a la locura del alma, de la rabia, a esos
dioses carnívoros y nocturnos, ansiosos de sacrificios, de esas sectas que
dominan el mundo desde las sombras. El Informe sobre ciegos no tiene en realidad
ninguna incidencia sobre el resto de la obra, podría haberse suprimido sin
haber afectado el normal desarrollo de la trama. ¿Por qué escribirlo y anexarlo
entonces? Fernando Vidal Olmos, protagonista indiscutible de esta parte, es sin
duda una persona terrible, un verdadero hijo de puta, cínico, capaz de las
peores acciones y de descender a las tinieblas, de regodearse en ellas. El
informe fue escrito porque era inevitable que sucediera, porque eran reflejos
de las tribulaciones del creador, de su mundo de sueños y pesadillas.
Sabato habría de
internarse más aún en ese mundo apocalíptico en su tercera y última novela,
Abbadón el exterminador, en donde él mismo se convierte ya en un personaje
activo dentro del relato y donde desde las primeras páginas habría de recorrer
ese mundo lleno de fuerzas demoníacas, de oscuridad y de tristezas que están
apoderadas no sólo de su Argentina natal, sino del mundo.
Sus personajes
nunca fueron valientes o aventureros, arriesgados u osados, siempre escribió
para los más desdichados, los más deprimidos, los más sensibles; pienso que si
alguna de sus historias la hubiera escrito un Cortázar, un García Márquez,
seguramente habrían durado como mucho diez páginas y habrían sido mucho más
alegres y optimistas.
Un mensaje a los jóvenes
El escritor
argentino siempre mostró especial interés hacia los jóvenes y se preguntaba qué
era lo que ellos veían en sus tristes letras; se asombraba de ver que decenas
de ellos lo buscaban, lo leían y querían su consejo. Sin pretenderlo, se había convertido
en estandarte de la juventud.
En sus últimos libros Antes del fin y La
resistencia, les deja un mensaje de lucha, de combatir siempre contra un
sistema de vida cada vez más deshumanizado en el que los seres humanos son
convertidos en meros instrumentos, en esclavos de un sistema que no se preocupa
por las cosas más simples, que se esmera por olvidar que “lo esencial es invisible
a los ojos”, como bien lo diría Saint-Exupéry en su pequeño pero a la vez
gigantesco relato que es El Principito.
Pero esta
preocupación viene desde mucho atrás. Si bien Castel, protagonista de El Túnel,
era un adulto, Martín es un joven que apenas está descubriendo el mundo y
conoce su faceta más intensa, más dolorosa y a la vez feliz junto a Alejandra,
quien a pesar de tener más o menos su misma edad es, debido a sus sufrimientos,
mucho más sabia, más recorrida y por lo tanto mucho más dura.
Abbadón el
exterminador está plagado de jóvenes: Nacho, Marcelo, Agustina, el mismo Bruno,
quien a pesar de no ser un adolescente tiene sus mismas dudas, sus mismas
angustias; todos están en la búsqueda incesante en un mundo cruel, sin dios,
lleno de caminos tortuosos, de amores no correspondidos y de soledades eternas.
Personalmente,
el texto que más me caló es uno que está precisamente en su última novela, un
fragmento que se titula Querido y remoto muchacho, en el que el Maestro dirige
sus cartas a un joven imaginario -¿quizá real?- en el que le da consejos de
escritura y de vida. ¿Cuántas veces en los momentos de mayor duda y tristeza,
cuando he estado a punto de abandonar la escritura, no me he sumergido en esas
letras, en esos pensamientos tan hermosos para salir muerto y renovado con las
fuerzas del ave fénix?
¿Pero pueden
estos escritos ser un alivio para un joven que necesita ayuda? No lo sé, y dudo
que el propio escritor lo supiera. Él sólo plasmó su verdad, los laberintos de
su alma; quizá cada quien encuentre su propia respuesta. Tal vez, cuando una
persona joven o mayor resuelva sus dudas o comprenda con el corazón el sentido
de sus palabras, de sus historias, se puede crear una identificación, una comunicación
que pueda ser maravillosa, al descubrir que no se está completamente solo y todo
habrá valido la pena.
Errores, últimos años y legado
Los errores de
Sabato, al igual que sus aciertos, fueron enormes, dolorosos y, al ser una
figura pública, mucho más imperdonables. El mayor de ellos, que tantos enemigos
no le perdonan, es un almuerzo al que asistió el 19 de mayo de 1976 junto a
Jorge Luis Borges y otros intelectuales argentinos, citado por el dictador Jorge
Rafael Videla.
Habría de
empeorar este error realizando declaraciones de apoyo a la dictadura. Nunca pude
entender cómo una persona como él, que habría de denunciar las torturas –en
Abbadón el exterminador hay una horrible descripción de una-, apoyaría un
régimen tan atroz como el de Videla.
Habría de
arrepentirse años después…Demasiado tarde, demasiado poco. Quién sabe cuánto
habrá sufrido al darse cuenta de su error, de haberse dejado arrastrar por los
pensamientos de la época, como seguramente le ocurrió a Gunter Grass, quien
perteneció a las Juventudes Nazis en su adolescencia, para luego arrepentirse.
Como un acto de
redención habría de acudir al llamado del presidente Raúl Alfonsín para que
dirigiera y coordinara un informe sobre lo ocurrido durante esos terribles
años. El resultado fue el libro Nunca más, que también habría de conocerse con
el nombre de Informe Sabato, y que deja constancia de las barbaries de que son
capaces las dictaduras en el mundo.
Estoy seguro de
que de igual manera habría de lamentar amargamente aquellos años en los que le
fue infiel a Matilde con una condesa rusa, dando como resultado que su esposa
abandonara París y se devolviera sola con su primogénito a Argentina.
Al final de su
vida, cuando tanto Jorge Federico como Matilde murieron, y debido a su cada vez
más creciente ceguera –destino irónico para quien escribió el Informe sobre
ciegos– se refugió en la pintura, pero sus cuadros eran siniestros,
exóticamente retorcidos, pues le era imposible escapar a su propio ser.
Con su amigo José Saramago
Almas afines
tienden a encontrarse sin importar las distancias o los tiempos, y Sabato
habría de entablaren sus últimos años una amistad entrañable con ese otro gran
escritor que habría de convertirse en una guía para la civilización, el
portugués José Saramago. Durante un homenaje que le realizaran al gaucho en
Mendoza durante el Congreso Internacional de la Lengua, el portugués, en un
emotivo discurso, habría de recordar el primer encuentro entre ambos colosos,
en donde reflexionarían sobre la ceguera y su presencia en sus respectivas
obras.
El Maestro abandonó este mundo irónico, cruel, de un humor enfermizo, y lo ha
hecho de manera silenciosa, sin aspavientos. Fue velado en el club de su
barrio, Defensores de Santos Lugares, cerca de sus amigos, de sus conocidos, de
gente sencilla pero más admirable que las grandes figuras públicas.
En el comunicado
en que su hijo Mario Sabato informa la muerte del escritor, diría que su padre
“No nos pertenecía solo a nosotros. Con orgullo, con alegría, sabemos que lo
compartimos con mucha gente, que lo quiso y lo necesitó tanto como nosotros.”
Cuánta razón le
asiste: él le perteneció no sólo a su familia y a su natal Argentina, sino al
mundo entero, a quienes lo quisimos, lo admiramos y nos dolemos con su partida,
a aquellos que nos sentimos identificados con su visión pesimista del mundo y
su dolor, a quienes sentimos que más que un gran escritor ha muerto un gran
amigo.
Dejo como
palabras finales un fragmento del último capítulo de Abbadón el exterminador,
donde Bruno habría de ver una tumba imaginaria de Sabato, su creador:
“Paz. Sí, seguramente era eso y quizá sólo eso lo que
aquel hombre necesitaba, meditó. Pero ¿por qué lo había visto enterrado en
Capitán Olmos, en lugar de Rojas, su pueblo verdadero? ¿Y qué significaba esa
visión? ¿Un deseo, una premonición, un amistoso recuerdo hacia su amigo? ¿Pero
cómo podía considerarse como amistoso imaginarlo muerto y enterrado? En
cualquier caso, fuera como fuera, era paz lo que seguramente ansiaba y
necesitaba, lo que necesita todo creador, alguien que ha nacido con la
maldición de no resignarse a esta realidad que le ha tocado vivir; alguien para
quien el universo es horrible, o trágicamente transitorio e imperfecto. Porque
no hay una felicidad absoluta, pensaba. Apenas se nos da en fugaces y frágiles
momentos, y el arte es una manera de eternizar (de querer eternizar)esos
instantes de amor o de éxtasis; y porque todas nuestras esperanzas se
convierten tarde o temprano en torpes realidades; porque todos somos frustrados
de alguna manera, y si triunfamos en algo fracasamos en otra cosa, por ser la
frustración el inevitable destino de todo ser que ha nacido para morir; y porque
todos estamos solos o terminamos solos algún día: los amantes sin el amado, el
padre sin sus hijos o los hijos sin sus padres, y el revolucionario puro ante
la triste materialización de aquellos ideales que años atrás defendió con su
sufrimiento en medio de atroces torturas; y porque toda la vida es un perpetuo
desencuentro, y alguien que encontramos en nuestro camino no lo queremos cuando
él nos quiere, o lo queremos cuando ya él no nos quiere, o después de muerto,
cuando nuestro amor es ya inútil; y porque nada de lo que fue vuelve a ser, y
las cosas y los hombres y los niños no son lo que fueron un día, y nuestra casa
de infancia ya no es más la que escondió nuestros tesoros y secretos, y el
padre se muere sin habernos comunicado palabras tal vez fundamentales, y cuando
lo entendemos ya no está más entre nosotros y no podemos curar sus antiguas
tristezas y los viejos desencuentros; y porque el pueblo se ha transformado, y
la escuela donde aprendimos a leer ya no tiene aquellas láminas que nos hacían
soñar, y los circos han sido desplazados por la televisión, y no hay organitos,
y la plaza de infancia es ridículamente pequeña cuando la volvemos a
encontrar.”
Muy interesante y enriquecedor, agradezco mucho tu post. Ernesto Sábato es un escritor y pensador admirable, una mente verdaderamente lúcida.
ResponderEliminarMe alegra mucho que te haya gustado el artículo. Tienes razón, la mente del maestro era francamente lúcida y genial.
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