viernes, 11 de mayo de 2012

Disertaciones de un dios

He ocupado  el  segundo lugar en el último concurso del Ka-Tet (el foro de Stephen King que frecuento), cuya temática eran los escritores, la única condición es que no debía pasar de las mil palabras. Espero les guste.

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Disertaciones de un dios

Spiff MacLeod, el espía,  ingresó a la base secreta, noqueó con facilidad a los guardias y saboteó el sistema de seguridad con su minicomputador. Sin despeinarse, corrió sin ser visto por los más de cien soldados y entró al cuarto que lo llevaría hasta el doctor Muerte.

En su interior lo esperaba un luchador de sumo armado con una metralleta…qué idiotez. Peor aún, era repetido, tenía un tufillo demasiado parecido a la vez que lo enfrentó  mano a mano con un luchador mexicano (de máscara y demás arandelas) ¿Qué hacer entonces? ¿Pirañas con rayos lasers? Ya. ¿Habitaciones con picos que se van cerrando mientras destilan gas venenoso? Ya. ¿Mujeres asesinas bipolares? Ya. ¿Un zombie experto en artes marciales? Por favor (y ya).

Además  con cualquier cosa que lo enfrentara sabía  de antemano el resultado, el espía saldría vencedor exhibiendo su mirada arrogante y su sonrisa Colgate. Maldito cabroncete, en ocasiones era francamente detestable. Su vida se reducía a mujeres hermosas, carros de lujo, viajes, gadgets de última tecnología y salvar al mundo en las últimas diez páginas. Pero la existencia no puede ser eso: También hay gotas de lluvia en la ventana, días azules, de tristeza, mujeres que se van para no volver, escritores  que se ven obligados a escribir sagas  estúpidas de espionaje para no morir de hambre, cosas así.

Determinado, retomó el escrito: El luchador de sumo no le dio tiempo a Spiff de hacer ningún movimiento: le disparó a quemarropa sin clemencia… mientras tecleaba le pareció ver entre el humo de la metralleta y  el eco de los casquillos de las balas cayendo, la mirada vidriosa llena de incredulidad de su personaje que le reclamaba, no, que le exigía  una explicación.

Releyó el escrito y saboreó la agonía de Spiff MacLeod, su impotencia. Borró los párrafos anteriores, dejó al espía a la entrada de la puerta, pensó en Julio Cesar,  muerto a cuchilladas a la entrada del Senado;  Spiff entró nuevamente en la habitación… En su interior lo esperaban doce figuras con túnicas blancas, perfiles romanos y puñales afilados; se abalanzaron sobre él y sin darle tiempo a hablar empezaron el ritual de la sangre y el hierro... Fue una muerte horrible y lenta pero digna de un emperador no de un agente internacional  del mundo de la investigación.

Lo tenía  en su poder, completamente indefenso, prisionero de sus designios, qué no darían el doctor Muerte, el profesor Sangre, el Barón de Okenheim y demás enemigos del héroe por tenerlo en esa situación. Podía torturarlo y asesinarlo nuevamente para luego borrar y resucitarlo de nuevo y seguir así hasta que él quisiera.

Ojalá la vida real fuera así. Quizá lo es, a lo mejor, en los confines del universo, existen  dioses equipados de lápiz y papel, y las vidas de los humanos son simples borradores que desechan a la caneca de la basura cuando se han aburrido.

Ideas estúpidas desde luego…al escribir tenemos miles de ellas, de las cuales novecientas noventa y nueve son brillantes y sólo una, la que indefectiblemente escogemos, tonta. Nos sentimos orgullosos de  nuestra elección y nos ponemos manos a la obra.

Empezamos con una hoja en blanca y la idea idiota. Se vacila con la primera palabra, la primera letra, intentamos evadirla porque una vez que se seleccione hay que seguir con la comedia hasta que haya terminado. Pensamos en la velada de la noche anterior, en el equipo de fútbol o en la pelea que se tuvo la semana pasada con la esposa por un tema ya olvidado, miramos afuera a ese pajarito que se zambulle feliz e impune en el charco de agua sucia. Finalmente en un acto de osadía, de arrojo insensato y estúpido plasmamos el inicio.

Después no queda otro camino que escribir otra palabra, y otra más, otra página, otro capítulo y otra sección hasta que finalmente se ha terminado y uno se siente vacío como si hubiera vomitado  ríos de tinta.  A lo largo del proceso nos hemos encariñado con el producto, se le trata como un bebé, como una planta, como si fuera la creación más excelsa del universo a pesar de que puede ser el pedazo de porquería más grande del mismo, como si fuera Las increíbles aventuras de Spiff MacLeod.

Se abandona la historia en busca de una nueva idea, mucho mejor, más interesante, algo que esta vez SÍ revolucione el mundo de la literatura. Con el paso del tiempo, después de aburrirse con la nueva historia y volver a terrenos conocidos a revisar y corregir el relato, lo verá desnudo, tal como es, con sus cualidades y defectos, tal como un matrimonio después de años de relación.

Muy bonitas todas esas reflexiones pero, ¿qué hacía con Spiff que aún agonizaba en las escalinatas del Senado? No había sido consciente a qué horas había cambiado el escenario pero ahora ya no podía visualizarlo en el cuarto del luchador de Sumo con metralleta.

Sabía la realidad. Nadie compraría un libro donde el personaje principal muere durante el capítulo dieciséis, después de doscientas sesenta y nueve páginas, a manos de un desconocido. A fin de cuentas, y a su pesar, le caía bien el cabroncete: Era todo lo que él no podía ser, además a través de él había viajado, salvado a damiselas y derrotar a villanos caricaturescos que querían apoderarse del mundo. Y le daba para comer, no había que olvidar ese detalle.

Disfrutó un rato más  del sufrimiento de su creación. Borró nuevamente el párrafo y lo sustituyó por uno donde con un puño vencía al luchador de sumo (decidió dejarlo después de todo). Se acercó a la pantalla del computador y le dijo con suavidad a su hijo de tinta, ‘No se te olvide que soy tu creador y puedo hacer contigo lo que me venga en gana’, le pareció ver que él levantaba la mirada. Sonreía, el muy hijo de puta.





3 comentarios:

  1. Muy, muy bueno, Tulio. Merecidísimo galardón el obtenido, che.
    Me sentí muy identificado con tu historia con aquello de definir, en mi modestísima faz de escritor amateur, si a cada historia le cabe un final feliz, o un desenlace macabro. Y las dudas que todo ello trae consigo.
    ¡El final de "Disertaciones..." es tremendo!
    ¡Felicitaciones!

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  2. Es un buen relato, Tulio. De los que más me gustaron en el concurso.
    El escritor todopoderoso... es un gran tema. ^^

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  3. Gracias Juanito y Sonia....el hecho de que a dos lectores consumados como ustedes les haya gustadoel relato me anima mucho a seguir adelante.

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