domingo, 30 de marzo de 2014

Anatomía de un orgasmo

Dos cuerpos desnudos, perlados en sudor observándose en un silencio que sólo es interrumpido por gemidos y murmullos suaves. Finalmente, uno de los dos está en el interior del otro, y el mundo tiende a desaparecer para los amantes sin importar la consecuencia que puede tener este ataque improvisado o largamente esperado.

Siempre me he preguntado cuál es el miedo que genera el sexo. De todas las acciones naturales es la que más ha sido condenada, la que más pánico  genera en las religiones, la que más produce risa pícara, pudor y vergüenza en los círculos convencionales pero más liberación cuando se está a solas.

La palabra es placer. No existe ninguna sensación tan intensa como aquella que ocurre cuando tenemos un orgasmo. Es en ese instante donde nos dejamos ir y somos incapaces de controlar nuestras acciones y pensamientos, algo que no nos ocurre con otros instintos como el hambre o el sueño.

Es curioso, nunca, como en el momento de una relación sexual, se siente con tanta fuerza el impulso de la vida y la muerte, Eros y Tánatos que rigen nuestra existencia. Es tal la intensidad del orgasmo que los franceses le llaman Le petit mort, la pequeña muerte, pero a su vez, el mismo encuentro por lo general, tiene como finalidad fisiológica dar vida. Vida y muerte orbitando en nuestra existencia en unos breves pero potentísimos instantes.

Nos asusta tanto lo que sentimos que buscamos a toda costa refrenarlo. Creamos dioses que satanizan el sexo, personas que nos juzgan y nos dicen qué es lo correcto e incorrecto. Seguimos normas en las que no creemos, que esperamos nos mantengan a raya para luego quebrarlas a hurtadillas, enorgulleciéndonos al hacerlo pero sintiéndonos avergonzados después, sucios, y pecadores; y, a pesar de ello, volvemos una y otra vez a ese momento queriendo encontrar ese instante de eternidad y olvido.

Es el sexo la respuesta a por qué las religiones se ceban en las mujeres. Es tal el terror que los dirigentes eclesiásticos tienen hacia el encanto y poder femenino que su única respuesta ha sido implantar la  idea de que ellas son sucias y provocadoras del pecado. Las relegan al papel de virginales madres (curiosa contradicción) o sumisas acompañantes y cuando alguna se quiere salir del molde es tildada de pecadora o puta. Las obligan a cubrirse, a relegarse en claustros horribles, a renegar de sus impulsos y deseos. Sus mesías siempre son hombres, castos, misóginos o pedófilos.

A pesar de ser una necesidad fisiológica practicada por todos los animales, en nosotros la racionalidad la vuelve compleja a límites inimaginables. Es la única sensación que puede involucrar sentimientos tan antagónicos como amor y odio extremo. Podemos tener sexo por placer,  compasión,  rencor,  insatisfacción, por el deseo de tener un hijo con esa persona que amamos,  humillación o por  el simple hecho de poseer a una persona para luego  desecharla como basura con la misma sutileza con que se bota un pañal usado.

 Uno de los crímenes más comunes en las guerras o en las incursiones armadas es la violación por parte de los soldados. Ese es el mayor grado de degradación y conquista al que puede someter el vencedor al derrotado. Es deshumanizar a la parte contraria, “ensuciarla”, hacerla repudiable. Es tanta la importancia que se le da que muchas veces los líderes políticos (aquellos que arman guerras pero son incapaces de ir a pelearlas) comparan constantemente a la patria con la mujer vulnerada.

Convertimos algo natural en una perversión, escenarios de personas que se aman o por lo menos desean, en  eventos sórdido.  Se juzga de manera tan severa  a quienes se atreven a explorar otras alternativas (con las que podemos estar de acuerdo o no) que no dejo de preguntarme si ese odio es en verdad genuino o tan simplemente un grito desesperado de  envidia hacia aquél que se atrevió a probar lo que el otro ansía pero es tan cobarde para es incapaz de hacerlo.

Pero a pesar de todo, de los límites que nos ponemos, de las barreras existentes, de esos tristes y patéticos personajillos que siempre condenarán el acto más excelso  como algo malo y sucio,  buscaremos una y otra vez esos labios que se necesitan, esas pupilas que se dilatan, la palabra ansiada, el cuerpo dispuesto y esa llama, esa muerte que nos hace vivir mil vidas en un segundo.

2 comentarios:

  1. Me encantó. No puedo agregas más, el sexo hace del hombre el ser más poderoso y vulnerable a la vez.
    Te felicito, gran escrito como siempre.

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  2. y esta vaina donde tiene el botón de "me gusta" o al menos el de RT

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